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Viajes

Adrar des Iforas, Mali, 1935Adrar des Iforas, Mali, 1935Pierre Verger fue una de esas personas raras que se guían solamente por sus propias decisiones y saben afrontar con serenidad todos los placeres y los problemas derivados de esta opción. Viajar mucho, sobre todo para países remotos y desconocidos, era una opción común para muchos de su generación, pero Verger viajó mucho más y aún más lejos que sus contemporáneos. Vivió durante años con su pie en el estribo y se interiorizó en las diversas culturas que encontró. Nunca más logró volver a su casa porque ya no era el mismo de antes.

Sus primeros viajes fueron en Europa. A pie, caminó alrededor de la isla de Córcega y luego visitó la Unión Soviética, durante las celebraciones del decimoquinto aniversario de la Revolución. Hasta los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial, mantuvo la costumbre de hacer pequeñas incursiones a las ciudades y a los países vecinos, especialmente en bicicleta, en una época en la cual casi no se veían coches. En España recorrió carreteras soleadas, hizo amigos y fue confundido con un espía alemán por lo que llegó a ser encarcelado. También estuvo en el sur de Francia y en Italia, donde se maravilló de los paisajes naturales y de las ciudades y monumentos antiguos.

A bordo do Tatsua Maru, Oceano Atlantico, 1934 A bordo del Tatsua Maru, Océano Pacifico, 1934

Los largos viajes comenzaron por Oceanía, donde permaneció un año. Vivió en Tahití y en las islas cercanas vivió en chozas de paja, interactuó con los nativos y conoció la exuberancia de la naturaleza local. Pero Verger se quedó aún más fascinado por los países asiáticos. Estuvo en Japón, China, Vietnam, Laos y otros. En las Islas Filipinas encontró en cada rincón las marcas de los pueblos que han estado allí: las iglesias españolas, los restaurantes chinos, los hogares de californianos y conoció algunas tribus de hábitos curiosos como los de cortar las cabezas de los habitantes de los pueblos vecinos. En Vietnam se hartó de los rollos de primavera y esquió con el emperador Bao Dai. En Camboya se inclinó para convertirse en un monje budista, pero al final desistió.

África poco a poco lo sedujo. Viajó por primera vez hacia el norte, montó un camello, pasó por el desierto y se reunió con los tuaregs. En otra ocasión conoció un poco más de Senegal, hasta que recibió una beca de estudios y pudo permanecer por largos períodos en los países de áfrica Occidental, principalmente en Nigeria y Benin. En total, fueron casi 30 años los que Verger estuvo entre el Golfo de Benin y la Bahía de Todos los Santos, en Salvador de Bahía, siempre en busca de similitudes entre los dos lugares. Visitó los mercados, realizó investigaciones en archivos, participó de ceremonias, fue recibido por los reyes y aprendió mucho sobre la religión de los orishas.

Keromarka, Tinta, Peru, 1939Keromarka, Tinta, Peru, 1939Verger también conoció bien las muchas caras de América: los rascacielos de los Estados Unidos, el calor mexicano, la música de Cuba y la cortesía de los indios de Perú. Estuvo en otros países, pero fue de Brasil y especialmente de Bahía que se enamoró. La razón, él mismo la explica: "Es uno de los pocos lugares donde existe la posibilidad de vivir en el mismo plano de amistad con personas de diferentes orígenes étnicos". él disfrutó al máximo esa receptividad de Bahía e hizo muchos amigos. También forjó una intimidad con todas las calles y conoció bien a todas las costumbres. Desde que llegó a Salvador en 1946 hasta su muerte, 50 años más tarde, nunca dejó de tener su lugar de descanso en esta ciudad que lo adoptó.